» CONSTELACIONES FAMILIARES O PSICOLOGÍA DE SISTEMAS»

El término constelaciones familiares para esta terapia nada tiene que ver con la astrología o los horóscopos, esto es debido a una traducción del alemán al español ,  hubiera sido más acertado traducirlo como configuraciones familiares, entendida como  una terapia de sistemas.

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 Un niño nace en un sistema familiar. No puede crecer sin relaciones, sin sentir que pertenece a un sistema que le sirve de referencia para saber quién es él y qué es el mundo que le rodea.

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 A través de los ojos de nuestra familia, tomamos conciencia por primera vez de nosotros mismos y de los demás. Nos determinará, lo queramos o no, para el resto de nuestras vidas, influyendo en todas las posibles relaciones posteriores que establezcamos con otras personas que encontraremos dentro de otros sistemas a los que iremos perteneciendo: escuela, grupo de amigos, equipos de deportes, universidad,  grupos laborales, pareja… Sin darnos cuenta, pertenecemos al mismo tiempo a muchos sistemas diferentes, cada uno con unas reglas distintas que suponen que  no nos comportamos igual en cada uno ellos.

Para que un niño pueda desarrollarse bien, necesita vínculos fiables dentro y fuera de la familia, e incluyo también fuera, porque paralelo al anhelo inconsciente de pertenecer por siempre a la familia de origen que conforman padres y hermanos, también surge el deseo opuesto de autonomía, de desarrollar la propia personalidad, o dicho más llanamente, de hacer las cosas a su manera.

 La vida del niño discurre entre lo que su familia espera de él  y lo que el niño quiere (aunque eso también es similar a lo que nos sigue sucediendo en la vida adulta)

Si el niño siente que tiene un lugar seguro y reconocido en su sistema, su familia funciona como estímulo, ésta sería como una potencia para que desarrolle su propia personalidad porque se le acepta como es… Pero si el niño no tiene una referencia clara y no se siente aceptado ni reconocido en su familia, inconscientemente su vínculo no es fiable y tendrá que esforzarse por pertenecer y conservar su sitio en la familia para que lo vean. Su energía estará concentrada en ese duro cometido vital para él y su desarrollo personal se retrasará y/o estancará.

Las tensiones  entre los deseos de pertenecer y autonomía podrían llegar a ser tan fuertes que, en muchas ocasiones, el niño  se verá obligado a elegir, ya que pueden llegar a ser energías opuestas porque el mandato inconsciente de la familia es si quieres pertenecer no puedes ser tú mismo.

Es un equilibrio complicado para los padres puesto que queremos seguir protegiendo (o controlando) a nuestros hijos, pero inconscientemente no les estamos respetando su propio ritmo en su desarrollo bajo la bandera del amor de padres mal entendido…”Hago esto por tu bien, porque me importas y te quiero”…hacemos lo que hacemos por ellos pero sin contar con ellos.

Debemos tener claro que la premisa básica y fundamental del sistema de origen que es la familia, es el amor incondicional de los hijos hacia los padres. Entre ellos hay un vínculo indisoluble, hasta el punto que va más allá de la muerte; uno no deja de ser hijo de su padre-madre aunque éstos fallezcan. Y aunque parezca duro, uno no deja de ser padre-madre del hijo fallecido.

El niño recibe la vida de sus padres por lo que está ineludiblemente unido a ellos sin cuestionar nada. Para él es lo más natural y ama a sus padres por encima de todo, con independencia de las circunstancias en las que les toque crecer, ya sea protegido, cuidado,  maltratado o  abandonado. Ese vínculo biológico es poderoso e incuestionable para el niño. Da sentido a todo lo que venga después sea lo que sea. Por mucho que nos cueste entenderlo desde nuestra mentalidad de adultos.

Los caminos que toman los niños para vivir y materializar ese amor incondicional muchas veces no es consciente y es por eso por lo que decimos que es un amor ciego, porque esa lealtad inquebrantable hacia los padres les puede llevar a sacrificar su propio desarrollo, renunciando a su camino y su prosperidad, fracasar en los estudios y/o trabajo e incluso su salud, padeciendo enfermedades o teniendo problemas de aprendizaje o de conducta, desarrollando adicciones, etc… por amor a los más grandes que él en el sistema y que vinieron antes que él.

Los hijos son siempre reflejo de lo que está pasando en el sistema familiar, queramos verlo o no. Cuando un hijo tiene una dificultad o nos preocupa algún comportamiento, no solo hay que mirar al niño sino que hay que ampliar esa mirada e incluir a todo el sistema familiar al que pertenece. Porque el niño con su dificultad, está llamando la atención sobre algo que está sucediendo en el sistema, y por ese amor incondicional, carga con ello, con algo que no le pertenece, sacrificándose gustosa e inconscientemente por amor ciego al sistema, renunciando a sus dones, posibilidades, etc.…

La terapia sistémica pretende precisamente eso, que ampliemos la mirada ante el “problema” que nos preocupa para poder comprender antes de solucionar. Detrás de cada comportamiento disruptivo de un miembro de la familia hay una intención inconsciente, aunque los padres no lo entendamos.

 Ante un conflicto o dificultad tendríamos que ser capaces de preguntarnos  no solo porqué  lo hace sino que me está queriendo decir mi hijo cuando se comporta de ese modo. La psicología nos dice que  todo lo que está afuera es un reflejo de lo que yo tengo dentro: su miedo es el mío, su parálisis refleja que yo no me muevo, su ira posiblemente sea una rabia que yo no me he permitido expresar…

Todo problema del niño es una imagen interna inconsciente de la familia y que  está proyectando hacia el exterior para pedir ayuda. En realidad, está pidiendo socorro por alguien de  la familia.

Las constelaciones familiares no pretenden ser la panacea, sino simplemente dar luz, permitiendo que se hagan conscientes esas imágenes internas para llevar comprensión sobre lo que está ocurriendo y  de la manera en  que ocurre. En realidad, el inconsciente siempre sabe. Las constelaciones permiten que el inconsciente emerja para encontrar alivio.

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